Hola👋🏼,
¿cómo estás?
Te escribo para contarte que lloré ante la desnudez helada y blanca de la Antártida. Nunca imaginé encontrar tanta belleza en el continente más desértico, alto, frío y ventoso de nuestro planeta.
Embarqué en Ushuaia en el Ocean Albatros con un billete barato de último minuto. Me daba derecho a compartir camarote con otras dos mujeres pero me asignaron uno de sólo dos camas con una ventana ojo de buey.
Fue una mejora inesperada que compartí con Nanami, una desconocida japonesa treintañera que está recorriendo Sudamérica.
El primer día abordo se dedicó a intendencia. Cada pasajero recibimos una parka impermeable y botas de goma para los desembarcos y practicamos medidas de seguridad. Ahí me enteré que el fuego es lo peor que puede suceder en un barco.
Cenamos navegando por el canal del Beagle buscando el océano. Nos fuimos a la cama sabiendo que el cruce del temido Pasaje Drake –que dura entre día y medio y dos– iba a ser tranquilo.
Hay unos vientos que envuelven Antártida y que continuamente giran de este a oeste en torno a la latitud 60º. Pueden ser tan intensos que se les conoce como los bramadores 60.
Los barcos intentan esquivarlos y atravesar el Drake en las horas de calma entre las tormentas. Pero no siempre se puede.
Hace dos temporadas sucedió un cruce abortado que ha alcanzado fama mítica. Se dice, se cuenta, que las olas se colaban por los camarotes con balcón y que los vómitos alcanzaron tal magnitud que el capitán ordenó cancelar el viaje y regresar a Ushuaia.
Además de esos vientos, Antártida sufre también de los llamados catabáticos y que se mueven del interior del continente hacia la costa. Fácilmente pueden superar los 300 km/hora.
En nuestra travesía de ida nos encontramos un Drake calmo como lago y establecí una rutina: juegos de mesa o cartas con quien quisiese jugar, conversaciones con cafés y chocolates en mano en un salón acristalado.
También visitas a la sauna donde siempre me encontraba orientales y copas en uno de los jacuzzi del exterior, donde los habituales eran los estadounidenses.
También visité la biblioteca y asistí a las conferencias que se prolongaron durante todo el viaje.
En 11 días aprendí más que en mis 57 años sobre geología, el Tratado que rige el continente, las exploraciones de la Época Heroica, pingüinos, glaciares, krill, ballenas y focas.
También comenzaron los talleres que se interrumpieron al llegar a aguas de la Antártida y se reanudaron al emprender el viaje de vuelta.
Me anoté a los de nudos marinos, rescate en glaciares y el juego de mahjong. Sabía de él porque, aunque es de origen chino, en Nueva York la comunidad judía lo juega. Tuve que esperar a ir a la Antártida para que me prendiera el antojo por aprenderlo.
Y comencé a prestarle atención a los pájaros: cormoranes, albatros, skúas…pero ninguno me atrapó como el charrán ártico.
Cada año, el charrán ártico atraviesa la tierra de norte a sur y regresa a su origen para vivir siempre en el sol, en el día. Y así, es el ave migratoria con la ruta más larga.
También mientras cruzábamos el Drake elegimos las actividades que con un costo extra, podíamos realizar en Antártida.
El Ocean Albatros ofreció kayaking, acampar una noche en el continente y snowshoeing. Eso fue lo que elegí: senderismo con raquetas de nieve.

En el barco había un grupo de “nadadores en hielo” británicos y australianos y para ellos se hicieron actividades ex-profeso. La principal se tuvo que suspender por el mal tiempo y sólo dos nadadores la completaron.
Ahí me enteré que es habitual contratar todo el barco o parte de él para realizar eventos especiales.
El año pasado en uno de los viajes a la Antártida todos los turistas eran fotógrafos.
En el viaje inicial de esta temporada todos eran esquiadores. Tenían unos crampones de quita y pon que pegaban a sus esquíes y así subían las montañas, para luego deslizarse a velocidades endiabladas.
En nuestro barco, exceptuando a los nadadores en hielo, todos los demás éramos gente normal a la que desembarcar en zodiac en el continente ya nos parecía lo más de lo más.
Éramos 240 personas a bordo, de las que 160 éramos turistas. En total, 43 nacionalidades bajo el cuidado de un joven capitán ucraniano, con segundo oficial ruso y con jefa de seguridad francesa.
El grupo más grande de turistas era el estadounidense, pero no por mucha diferencia. Me llamó la atención la presencia de británicos, neozelandeses, indios y chinos.
De habla española sólo éramos tres. Una pareja de ecuatorianos que tienen una agencia de viajes y yo.
Había, además, centroamericanos trabajando en la cocina y en los restaurantes y seis guías argentinos, entre ellos el jefe de la expedición. Todos ellos me trataron con infinita amabilidad y generosidad.
Era evidente la tensión entre los chinos de China y los de Taiwan, Hong Kong y los emigrados a Canadá. No hacía falta entender mandarín. Son formas opuestas de ver el mundo, de exprimir la vida.
Me esperaba que la mayoría de los turistas fueran jubilados, y resultó ser una expectativa falsa.
Más de la mitad del pasaje eran menores de 40 años. Había veinteañeros en su año sabático entre estudios, pero muchos eran jóvenes nómadas digital. 💻
También había un pequeño grupo no pequeño de jóvenes hartos de sus trabajos. Los abandonaron y se dedicaban a viajar mientras les quedaba dinero. 🚶🏻♀️🚶🏻♂️🎒
También había un buen número que trabaja en finanzas y son ricos.💰
Se desayuna, almuerza y cena en la mesa que se quiere. No hay lugares fijos.
A lo largo del viaje acabé relacionándome con mucha gente, pero especialmente con un grupo de turistas que viajaban solos y de origen diverso: estadounidense (2), británico (1), neozelandés (4), hongkonés (1) y yo. Tuve una agradabilísima relación con Lay-wah (HK) y Joan (NZ).
Después de día y medio de travesía comenzamos a ver los primeros icebergs que indicaban que las Islas Shetland estaban cerca.
🟢 Hasta 1820 nadie había visto la Antártida, aunque su existencia se intuía y esa tierra incógnita tenía nombre: Antártida.
🟢 Los griegos sabían de una gran masa de hielo en el norte donde había osos. Aunque nunca había estado, a ese territorio le llamaron arktos (oso).
🟢 En su forma de ver el mundo, tenía que haber un opuesto en el sur y le llamaron antarktikos, el opuesto al oso del norte.
Esa tarde, en Isla Barrientos, hicimos nuestro primer desembarco utilizando las zodiacs.
Primero nos enseñaron a subir y bajar usando el “abrazo de marinero” y vistiendo la parca, botas de goma y pantalón impermeable. Se desembarca siempre en húmedo, es decir, pisando el agua.
Nos recibieron miles de pingüinos barbijo, papúa (también conocidos como juanito o de vincha) y Adelia. En esta época comienzan a salir del agua para construir sus nidos y aparearse. Son aves que no saben volar. Gregarias y estruendosas.
A simple vista no se distingue el macho de la hembra. Ellos, obviamente, sí.
Vimos muchos casos de apareamiento que, básicamente, consiste en que un agujero del macho dé con un agujero de la hembra. Implica equilibrio y movimiento loco de las alas del macho. Y chimpún, se acabó. Es un evento corto.
👉🏼 Los pingüinos adultos no tienen depredador natural en tierra y eso los hace confiables.
No nos tienen miedo y pueden mostrar curiosidad y acercarse. Nosotros siempre respondemos alejándonos, al menos 5 metros. Y, en caso de cruzarnos, los pingüinos siempre tienen preferencia en ese “ceda el paso”.
El alejamiento responde a la necesidad de evitar contagiarles enfermedades. Por esta razón, nunca nos podemos sentar o arrodillarnos o posar mochilas en el suelo, que sólo se toca con la suela de las botas y las puntas de los bastones de senderismo.
Todo eso se desinfecta antes de entrar de nuevo al barco.

Los pingüinos son originarios de Nueva Zelanda donde en un pasado muy remoto llegó a haber una especie gigante.
Hoy hay 18 especies.
Como no tienen depredador terrestre una vez que son adultos, no le tienen miedo a los humanos. Y eso hizo que fuera muy fácil cazarlos por su grasa y se produjeran matanzas de hasta medio millón de ejemplares por año.
👉🏼 Incluso en los años 80 del pasado siglo todavía en algunas bases argentinas se alimentaba a los perros con carne de pingüino.
A partir del primer desembarco tuvimos suerte con el tiempo. Bajamos a tierra todos los días dos veces, excepto uno en el que sólo hubo un desembarco y dedicamos la tarde a navegar en zodiac cerca de la costa.
Ese día fue fabuloso porque nos encontramos con tres focas. Y sí, cantan.
El barco cambió de posición cada noche de noche o mientras almorzábamos. Siempre me decía que estaba viendo el paisaje más bello de mi vida. Hasta que nos volvíamos a mover y la belleza se intensificaba.
Me encantó ver de cerca focas Weddell, cangrejeras y elefantes marinos. También miles de pingüinos, manadas de orcas y ballenas jorobadas majestuosas.

También me maravilló la visita a casetas argentinas –todas destrozadas– pero abundantes ya que responden a la política de ese país de marcar físicamente su presencia en Antártida.
Y, por supuesto, me enamoró conocer un museo británico, con un mantenimiento prolijo, o las ruinas de una antigua ballenera o una base británica de la II Guerra Mundial ya abandonada.

Pero nada se puede comparar a la hermosura del paisaje. Es extraordinario. Grandioso. Sublime. Me hechizó.
Las fotos son injustas con la realidad.
Me fascinó Bahía Charlotte, Nico y navegar por la caldera del volcán de Isla Desolación, donde está la base española Gabriel de Castilla, encargada de monitorear su actividad volcánica.
Pero mi alma se ha quedado prendada de Yankee Harbour. No sabía que podía existir una belleza absoluta.
👉🏼 👉🏼 👉🏼 Sin embargo quiero decirte que este paisaje prístino de inicio de temporada cambia radicalmente según pasan los meses.
El 21 de diciembre comienzan los cuatro meses de 24 horas de luz solar y las crías de pingüino comienzan a nacer. En febrero hay mucho más animal que ver. También habrá muchas más ballenas. Pero el paisaje ya no será blanco.
La nieve se habrá derretido en muchos lugares y en su lugar habrá piedras. Los icebergs disminuyen su tamaño pero se convierten en caprichosas obras de arte.
Además, estará lleno de mierda de los animales💩.
Dicen que el olor es intenso, de un inolvidable que no quiero experimentar. Eso no te lo cuenta el National Geographic.
Cuando iniciamos el viaje de regreso pasamos una noche muy cerca de Yankee Harbour para protegernos de una tormenta.
Cruzamos el Drake cuando ya casi los vientos habían pasado. Parecía que un ogro medio enfadado acunaba el barco. Los pasamanos se llenaron de bolsas para vomitar.
Yo tomé una y varios litros de coca-cola (es mi pócima mágica para asentar el estómago)
Cuando desembarqué en Ushuaia estaba agotada. Mis sentidos ya no podían absorber más.
Es por ello que cambié mis planes de ir a Torres del Paine y subir por la Patagonia chilena y argentina. En estos momentos no puedo hacerlo. No sería justo. Me temo que tras la Antártida los paisajes patagónicos podrían parecerme deslucidos, pálidos.
Cuando recibas esta carta estaré camino de Mendoza. Me voy a los viñedos. Adiós blanco inmaculado, hola verde parra.
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🥰 Gracias mil por estar ahí. Esta carta la he escrito desde Ushuaia. Cuando la recibas, estaré volando hacia Mendoza, vía Trelew y Buenos Aires.
Nunca me habían dado ganas de conocer la Antártida hasta que te leí. Enormes gracias
Que hermoso registro!! Me encanto leer sobre el recorrido y tu experiencias a bordo.
De alguna manera pasaste cerca de casa! Yo nací en Río Gallegos, cerquita de Tierra del Fuego y de los pingüinos 😅
Ojala después de Mendoza decidas volver a la Patagonia, es realmente muy linda. Mi lugar preferido en el mundo es el Chaltén, te lo recomiendo!🤗