👋🏼 Esto es Raíces y Ramas
Carta dominical sobre mi vuelta al mundo: una señora
de provincia española de cincuenta-y-tantos años.
Viajo sola, disfruto bastante y me asombro continuamente. 🌻
✍🏼 Los grupos de Facebook están entre las mejores fuentes para encontrar lugares encantadores a los que todavía no ha llegado el turismo masivo.
Buscando pueblos de Antioquia encontré continuas referencias a Capurganá y Sapzurro, dos pueblos en el vecino departamento de Chocó. Entre sus atractivos se mencionaba la ausencia de coches, su tranquilidad y su lejanía: sólo se puede acceder por barca.
La siguiente búsqueda fue en Imágenes de Google. Las fotos que arroja el buscador son las de un paraíso de mar y montaña, azul-turquesa y verde. Comprobé que se podía bucear y allá fui. Fue un viaje a un edén natural, pero que encierra un infierno para otros.
Pasé de conocer intelectualmente la realidad, a verla y sentirla. A tomar conciencia.
Fue un viaje por mundos paralelos.
Mi paraíso
🤿 Buceo
Dos inmersiones a 18 metros de profundidad. Nunca he tenido mejor visibilidad. Y el agua estaba tan calentita que fue la primera vez que me sumergí sin traje de neopreno.
Me encontré un bosque submarino de corales y esponjas y un festival de colores de peces ángel y cirujanos. También una cornucopia de langostas y un exceso del bellísimo pero invasor pez león.
Y una manta pastinaca enorme, casi mimetizada con el fondo arenoso y que me miraba ojiplática.
🚶🏻♀️Ruta Capurganá (Chocó, Colombia) - La Miel (Panamá)
Siguiendo un camino ecológico estrecho pero bien señalizado se camina por las tripas de la selva del Darién a través de 4,9 km, con fuerte desnivel de subida y bajada, rematando la ruta con 519 escaleras y un cruce de frontera sólo en papel.
Antes de aventurarme sola por el sendero, pregunté si era seguro. Todos me contestaron que sí. Uno de los interlocutores, algo poético, añadió que en Capurganá podía ir desnuda de madrugada con $1,000 dólares en la cabeza y nada me pasaría.
El inicio de la ruta está en Capurganá, un pueblito afro-colombiano –como el resto del Chocó–, que no tiene autos, aunque sí motos y tuck-tucks que corren por sus calles, algunas asfaltadas y el resto de guijarros, barro y charcos.
Tiene un centro minúsculo alrededor del muelle, donde se concentran las tiendas y restaurantes de precio turístico.
El gran tema de estos días es la falta de energía. Nunca tienen luz 24 horas al día, pero desde hace unas semanas no llega combustible del exterior y han tenido que reducir las horas de electricidad. La culpa, según el run-rún del pueblo, es de la gobernación y su corrupción.
En el borde oeste de Capurganá arranca el camino ecológico que pronto se convierte en una gran subida.
Casi a su final hay una comunidad local. Una de sus señoras es la cobradora de la tasa de 3.000 pesos (90 céntimos) por uso del sendero. También vende jugos. El de carambolo, que lo hace ella aunque lo vende en una botella “reciclada” de Gatorade, es excepcional.
En esa zona se oyen monos aulladores macho muy cerca y se ven movimientos rápidos en las hojas de bogas, ceibas y caracolis, pero no llegué a ver ninguno.
Muy cerca está un mirador que marca el fin de la subida desde Capurganá y el inicio de la bajada hacia Sapzurro.
Bajar me llevó más que subir.
Paraba embobada porque a ratos parecía que atravesaba un mariposario salvaje, entre alas blancas, amarillas, rojas, marrones y negras. Pero nada comparable al azul iridiscente de las morpho, mis mariposas favoritas. 🦋
También tuve la suerte de ver más de una docena de tucanes posados en ramas y guacamayos volando.🦜
El descenso remató a pie de playa, junto a unas palmeras. Me descalcé y nadé en un agua turquesa, calentita, transparente como un vidrio limpio. 🌴
Mientras mi ropa se secaba sobre mi cuerpo, seguí el camino atravesando el lindo Sapzurro.
Ahí no hay motos ni tuck tuck, sólo bicicletas y pies sobre las calles que bordean casas bajas pintadas de blanco o colores.
En una droguería compré agua (50 céntimos) y a su puerta encontré a una señora mayor sentada junto a una neverita portátil. Le compré un helado casero de café con base de leche de coco (90 céntimos). Delicioso.
Al llegar al final de Sapzurro se inicia una subida de 277 escaleras hasta llegar a la cumbre, donde una bandera colombiana y otra panameña marcan la frontera. Hay un puesto de policía colombiana vacío que parece abandonado.
Desde allí, las vistas a ambos países y a la jungla son bellas.
Ahí, en un lugar indeterminado en medio de un océano de verde, está el infame Tapón del Darién, el monstruo traga-migrantes.
Bajando 242 escalones se llega a La Miel, Panamá.
La señora de la primera casa está atenta a quien entra, saluda y exige 3,000 pesos colombianos en concepto de tasa portuaria. A cambio, me colocó una pulserita azul en la muñeca a modo de salvoconducto. No preguntó por documentación ni otra información.
La Miel se asemeja a Sapzurro, pero ellos tienen luz continuamente y cuentan con placas solares públicas.
Por doquier hay carteles que avisan que está prohibido tirar basura bajo multa de $50 dólares.
Los troncos de los árboles en el paseo hacia la playa están pintados con el azul, rojo y blanco de la bandera nacional, como si tuviesen que recordarse dónde están, quiénes son o a dónde pertenecen.
También hay un puesto militar. A través de la puerta abierta pude ver a dos militares que saludaron desde el interior mientras seguían viendo la tele. En la pared principal del exterior, está escrita en cursiva frase atribuida al fallecido dictador Omar Torrijos de “el que da cariño, recibe cariño”.
Y desde la playa, vuelta, desandando lo caminado.
🦋 Safari de mariposas
Contraté a un naturalista local con la expectativa de ver más mariposas, pero un diluvio al amanecer del día acordado impidió la excursión. Al posponer, perdimos esa oportunidad pero se nos abrió otra.
En el sendero al Paraíso y al Cielo nos encontramos en dos ocasiones con sendas comunidades de monos aulladores que pude ver y seguir claramente: el macho alfa, bebés de poco tiempo de nacidos agarrados con su cola y sus bracitos a su mamá a la altura de la cadera e, incluso, una “guardería” de monitos.
En ese paseo se cruzaban basiliscos con desparpajo. Sin embargo, ninguno estaba asustado y no corrían como un “Jesucristo” sobre el agua, que siempre tenían cercana.
El infierno de los otros
Estoy al tanto de las noticias y sé que por el Tapón del Darién pasan los migrantes que tratan de alcanzar la frontera sur de Estados Unidos. Pero hasta este viaje era, meramente, un conocimiento en el ámbito intelectual, de los libros y periódicos.
Nada más desembarcar en Capurganá vi un cartel que me dejó claro que lo que leía en la prensa era así. Por ahí pasaban migrantes.👇🏼
Pero incluso en ese momento creía que su ruta iba más al anterior, lejos de los núcleos poblados, escondiéndose de ser visto.
Pero la misma tarde de mi llegada me encontré con dos muchachos veinteañeros que lucían diferente. Uno vestía una camiseta que decía “Don´t trust anyone”. Resultaron hablar inglés, eran de Bangladesh. No quería charlar. Al rato me encontré con otro más.
Comencé a ver que en algunas tiendas la publicidad estaba en español y en símbolos que parecían mandarín. Luego vi a tres orientales que bien podrían ser chinos y se me hizo raro. Colombia no es destino turístico ni de chinos, ni japoneses ni coreanos. Puede haberlos, pero son muy pocos. Era raro encontrarlos justo en Capurganá.
Siguieron cosillas que me llamaron la atención: justo antes del anochecer una caravana de tuck-tucks llenos a reventar salían del pueblo por la carretera paralela a la pista del aeropuerto hacia, se supone, el final del camino y de la civilización.
De día, en algunas caminatas por rutas señalizadas al inicio de la jungla, como la del Paraíso y la del Cielo, pasaban mototaxis con pasajeros con mochila y colchonetas enrolladas, como si fueran a yoga a la selva. También vi grupos de gente que también parecieran ir de camping y seguían a un afro-colombiano con un chaleco naranja o de otro color fuerte.
A veces, un caballo con un jinete local los acompañaba.
Y en una ocasión vi ya a un grupo grande, casi al final del camino señalizado. Estaban esperando, con la mirada esquiva, mirando al suelo, a la nada.
👉🏼 De aquí y de allá, hablando sobre todo en las barras de los restaurantes en los que almorzaba o cenaba temprano me contaron los siguiente:
🟢 Sí, efectivamente, son migrantes intentando llegar a Estados Unidos.
🟢 Todos los días llegan decenas de ellos, aunque hacía poco habían llegado casi 300.
🟢 La mayoría es china. Siguen los venezolanos que, quizá, fue lo que yo más vi.
🟢 Van niños, algunos ni caminan. También mujeres embarazadas.
🟢 Llegan a Capurganá porque los traen. Es como un “tren” larguísimo que recorre el mundo. Cada migrante “se sube” en un sitio y de manos de unos “coyotes” pasa a las de otros.
🟢 Los que van en tuck-tuck o moto son los que tienen dinero para pagar transporte, al menos a tramos, pero en Darién es inevitable hacer una parte a pie, especialmente en época de lluvias. El caballo es para quien no pueda pagar transporte pero al menos tiene para que le lleven el equipaje por un tramo o se cansan y pueden abonar por un aventón equino.
🟢 Los choferes de motos y tuk tuks y los pilotos de las barcas que los traen hasta Capurganá y los hoteleros que los alojan y los jinetes de los caballos trabajan con “autorización” del coyote que controla cada zona. Todos.
🟢 La organización de coyotes en la zona de Capurganá está vinculada de algún modo a los ex paramilitares que controlaron partes del Chocó antes de su desmovilización. Al parecer es un negocio muy lucrativo y se han levantado fortunas.
🟢 Esa organización de coyotes o alguno de sus miembros indirectamente está inyectando dinero en la comunidad, pagando por combustible para electricidad y pavimentando algunas calles.
🟢 La seguridad mía y la de todos los turistas está asegurada porque los que controlan el tránsito de la migración ilegal no van a consentir que un problema ocasionado a un turista llame la atención y acabe afectando al “negocio”.
El día que me fui vi la parte que me faltaba: la llegada de los migrantes a Capurganá.
A eso de las 12 del mediodía estaba en el muelle esperando la lancha que llega de Sapzurro y recoge a los que vamos hacia Acandí al vuelo de Satena.
Estaba sentada tomando un “boli” de coco recién comprado a una vendedora ambulante. El muelle estaba lleno de gente tomando tintos, jugando al dominó o esperando por su transporte al otro lado del Golfo de Urabá.
Llegó un barco y desembarcó a gente. Se movían en grupo y se quedaron a la entrada del muelle mirando al suelo.
De algún lado salió un hombre joven local que comenzó a darles órdenes y se fueron por la calle de la derecha. Conté 20. Aventuraría que de varias nacionalidades. Jóvenes. Todos con mochila, algunos con esterillas enrolladas.
Cuando me tocó el turno de subir al muelle, llegó otro barco. Tenía un rótulo que hacía referencia al turismo sostenible. Se bajaron 21. Les dijeron que esperaran por su equipaje y que se quitaran el sticker (pegatina) porque llamaba la atención. (Era uno cuadrado, pero no sé su significado).
Me subí a mi lancha y navegamos hasta Acandí, la cabecera municipal. Y al desembarcar vi a otro grupo que esperaba para embarcar.
Me subí a mi tuck-tuck para el aeropuerto y desde allí vi que en el grupo de migrantes que esperaban por su barco había niños y una niña dormía echada sobre el suelo. Los oí hablar. Su acento era venezolano. A unos metros estaba una muchacha con un bebé regordete en brazos.
Quise llorar pero no me salieron las lágrimas.
Imagino que ellos no quieren mi pena.
Nunca les hablé, salvo a los bangladesís del primer día que me llamaron tanto la atención que no pensé que pudieran ser migrantes de camino a Estados Unidos. Me parece tan loco que en un principio no lo entendí.
Después no lo hice porque me dio miedo que yo y mis preguntas pudiera causarles a ellos problemas o una situación incómoda.
Tampoco lo hice porque no sé qué decirles que a ellos les pueda servir.
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🥰 Gracias mil por estar ahí. Esta carta la he escrito desde Jericó, un pueblito re-lindo en Antioquia. Ya voy camino del Eje Cafetero.
Qué valiente eres Luz. Qué maravilla de recorrido el que haces. Gracias por compartirlo con tus lectores.
Uyy muy tremenda la realidad de las personas migrantes que viajan miles de kilómetros para llegar a Estados Unidos.
Es valiente todo lo que hacen los seres humanos para tener una vida mejor!