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Bienvenidos a esta nueva carta dominical de Raíces y Ramas, donde comparto trocitos de mi viaje por nuestro planeta.
La experiencia que cuento hoy arrancó en charlas con dos amigas latinoamericanas: la ayahuasca/yagé les había cambiado la vida. Y hablando sembraron la curiosidad en mí.
Ahora las entiendo y me he transformado en una creyente.
Esta fue mi experiencia.
✍🏼 Elegí el retiro siguiendo las indicaciones de una de esas amigas: un lugar paradisíaco sin electricidad mecido por olas violentas del caribe colombiano.
Llegué un lunes y me uní a otras 17 personas.
Nos distribuyeron en grupos de tres o cuatro para compartir bohío austero: cuatro camitas protegidas por mosquiteras blancas, una cuerda para tender la ropa, un baño y una ducha.
Un comedor comunal con dos mesas rectangulares para desayunar y comer todos los días y, el lunes y el miércoles, también cenar.
Dos semanas antes de comenzar el retiro se reduce el consumo de sal, azúcar, lácteos y café.
Se deja de comer cerdo, carnes rojas, mariscos, embutidos, quesos añejos, ginseng, mate, comida procesada y enlatada, fritos, alcohol, picantes y especias, ajo, cebolla, encurtidos, ahumados, aceitunas, salsa de soja, teriyaki, miso, frutos secos, aguacate, frutas ácidas y fermentados.
Se debe evitar el estrés, la vida acelerada y, cuatro días antes de comenzar el retiro, olvidarse del sexo.
Durante el retiro nos hartamos a fruta y ni vimos ni fritos ni cerdo ni marisco. Y la sal, exiliada hasta el jueves, comenzó a reaparecer ese día, para prepararnos para la salida al mundo real.
Días largos que se iban en paseos, lecturas, anotaciones en una libreta, horas muertas mecida en una hamaca y en conversaciones con compañeros recién encontrados.
Los novatos éramos sólo cuatro, los demás, repetían y algunos eran expertos. Los más jóvenes, treintañeros, los mayores pasaban de los 70: profesionales, empresarios y artistas.
Todos universitarios y económicamente oscilando entre clase media acomodada y gente adinerada (uno llegó pilotando su propio jet).
Los ritmos los marcaba una campana y el toque principal era el que llamaba a la ceremonia el martes, miércoles, viernes y sábado. Siempre después de anochecer. La hora, cuando aparecía nuestro taita/shamán.
Los relojes, se ignoraban. La red de datos era más lenta que en los 90. La electricidad no existía.
Y nada de eso extrañamos.
Nuestro taita es un hombre peruano mestizo de casi 70 años que habla quechua. De joven ejerció como psicólogo en su país y en Centro Europa. En la madurez volvió a sus orígenes y se adentró en el poder sanador de la medicina tradicional andina.
El era el encargado de preparar la medicina, de administrar en la cantidad que consideraba adecuada para cada uno y de cantar íkaros en castellano y quechua acompañado por el sonido de la chakapa.
Los íkaros son cantos amazónicos que se utilizan durante este tipo de ceremonias. Nuestro taita es el autor de varios de los que él canta.
La chakapa es un instrumento de hojas secas. En Colombia se conoce con el nombre de wayra.
El lugar de la ceremonia era una gran plataforma de madera bajo un techo alto cubierto de palmas y un altar presidiendo con flores, cuarzos, velas y un Buda, un Cristo crucificado y un Jesús sentado a-la-buda.
Cada uno de nosotros tenía una colchoneta, una manta y una almohada. Podíamos acostarnos, sentarnos o levantarnos. Pero nunca hablar ni tocar a los vecinos.
El orden fue siempre el mismo: primero las mujeres, empezando por las novatas, y luego los hombres. Todos vestidos en colores claros, estando prohibidos el negro de la muerte y el rojo de la sangre.
La ceremonia comenzaba con una charla del taita, enfatizando que sólo utilizásemos la planta para el bien, nunca para el mal.
Que no tuviésemos miedo de las visiones, que no era la planta, sino nosotros, lo que teníamos dentro.
La medicina tradicional andina se base fuertemente en la creencia de los campos energéticos y que el origen de muchos de los problemas se encuentran los desequilibrios de la energía.
Al igual que la medicina tradicional hindú, en la andina también se trabajan los chacras.
También enfatizó que las visiones se diferenciaban de los sueños en que tenían lugar mientras estábamos despiertos. Siempre debían interpretarse, para ganar claridad, y nunca tomarse literalmente. Añadió que ni las visiones ni los sueños se cumplen. Que es tarea de cada uno reflexionar sobre ellos y, después, actuar. Y ahí sí que se pueden cumplir.
Explicó en detalle qué hacer según el tipo de visión que tuviéramos, qué aceptar y qué rechazar.
👉🏼 Se acepta el jaguar, que nos da fuerza. 🐆
👉🏼 También el cóndor y el águila, que nos dan visión 🦅
👉🏼 Por supuesto que el mono, que nos abre al sexo 🐒
👉🏼 E incluso la anaconda, que nos envuelve y protege
🟢 Yo, que no vengo de la tradición americana, no vi ni jaguar, ni cóndor ni mono ni anaconda. En mi caso vinieron a mí un perro, un lobo y un azor. 🐕 🐺
Después de las explicaciones del taita, seguía una ronda de preguntas de los participantes y a continuación, sólo iluminados por la luz de las estrellas, comenzaba la primera toma.
Se formaba una fila siguiendo el orden asignado por las colchonetas y que me recordó a la toma de la Comunión.
Al llegar al altar, el taita echaba la medicina en un vasito, le soplaba y nosotros la recibíamos con la mano derecha. A continuación, la tomábamos (sabe fatal) y una ayudante nos daba un poco de agua para quitar el mal sabor. Y ahí regresábamos a nuestro lugar.
Silencio
Silencio
Silencio
Silencio
¿media hora?
y la imaginación echa a volar.
Cada una de mis experiencias fue distinta, entre ellas y también de las de mis compañeros.
La primera noche solo vi imágenes y colores: amigos, juguetes y animales. Vi a mi madre cuando ella tenía dos años, la abracé y la senté para que se meciera en mi alma. Y recé. Y lloré. Sólo en esa ocasión tomé una segunda dosis.
La segunda vi y oí, como si mis oídos captasen todos los sonidos entre 0 y 20.000 hertzios. Hubo momentos de sinestesia, donde las barreras entre los sentidos se derrumbaron.
En la tercera, unas fuerzas propias de una película de Harry Potter me estiraban y encogían, me volteaban, me inclinaban y me dejaban flotando en el vacío.
La cuarta, sentí paz y me deslicé entre la harmonía absoluta y el sueño profundo.
Al día siguiente de cada toma, en sesiones individuales regidas por el horario de una campana, el taita nos ayudaba a focalizar la interpretación de las visiones.
Resultó que a un desconocido le bastó una semana para observarme, escucharme, interpretarme, destriparme y, finalmente, ayudarme más que una larga lista de psicólogos en 36 años.
El domingo dejé la burbuja del retiro en paz, viéndome nítidamente y agradecida.
👉🏼 Siento que soy otra o, quizá, soy más yo, el auténtico, el escondido y, también, al que aspiro.
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🥰 Gracias mil por estar ahí.
😘 Esta carta la he escrito en Quito, Ecuador pero la recibirás cuando yo ya esté en Galápagos.
Seas otra o un yo más auténtico, qué maravilla leerte. Forward.