👋🏼 ¿Cómo estás? Hoy me levanté a las 5.15 AM, víctima del cambio horario. Pero lo agradecí porque así, entre el primer y el segundo café, tuve tiempo de pensar si publicaba esta historia que, al fin y al cabo, no es mía.
Como mi suegro ya está muerto y todo lo que se cuenta aquí es ya historia y está prescrito, decidí enviártelo en forma de carta. Aquí va.
✍🏼 La primera vez que viajé a España después de casarme en Nueva York me encontré en la calle con una compañera del colegio de monjas, que incluso antes de saludarme me preguntó: ¿Es verdad que te casaste con un no bautizado?
Era verdad.
Mi marido no era católico, ni cristiano, ni miembro de ninguna tribu religiosa.
En Diciembre del 95, cuando Tomica y yo comenzamos a salir, la Janucá judía y la Navidad cristiana casi se superponían, creando un festival de luz en las calles y avenidas de Manhattan. Nos gustaba caminar abrazados, metidos en nuestra burbuja de dos.
Una noche nos paramos ante el escaparate de Alitalia que desplegaba un belén desmesurado, pero hermoso, con sus personajes, su pesebre y su río, sus ovejitas, mula y buey. También había angelitos. Todo bajo la gran estrella de Belén.
A mi futuro marido le gustó la puesta en escena, pero le sorprendió que yo señalara con el dedo a las figuras según las iba visualizando y las llamase por un nombre: Niño Jesús, San José, la Virgen María, Melchor, Gaspar, Baltasar…
Y me preguntó: Who are those people?
Tardé en convencerme de que no me tomaba el pelo. Era verdad. No sabía lo que representaba la escena.
Sabía del cristianismo lo mismo que yo del budismo. Existe y poco más.
Sabía, obviamente, que el cristianismo, en muy diferentes sus versiones, era religión omnipresente en Estados Unidos, pero trataba ese hecho como yo a la Super Bowl, la otra ¨gran religión” del país. Existe, pero vamos a ignorarlo. No es para mí.
La explicación para la ignorancia de mi futuro marido radicaba en que había nacido y se había criado como un niño y un adolescente feliz en Yugoslavia.
Fue el pequeño de dos hijos de un padre y una madre agnósticos. Si en algo creían L.V y M.V con fe religiosa era en el comunismo. Y una versión concreta, la que tenía como único dios al mariscal Tito.
En la primavera de 1996 nos casamos en una ceremonia civil. Se desplazaron a Estados Unidos nuestras familias y ahí conocí a mis suegros. Amables y casi ancianos.
Ese mismo año mi marido dejó atrás su estatus de exiliado y optó por solicitar el pasaporte de un nuevo país: Croacia.🇭🇷
Con gran ilusión por su parte, un día decidimos viajar al lugar de su infancia. 🛫
Nos alojamos con mis suegros. 🏡
Y fue ahí cuando mi marido se enteró de que su madre nunca salía sola porque se negaba a hablar fuera de su casa. La razón era que odiaba que la insultaran por lo bajo cuando la oían. Su pecado era que conservaba un ligero acento serbio, a pesar de llevar más de medio siglo viviendo en el pueblo de su marido y sus hijos y donde todo el mundo la conocía, pero ahora no toleraban en público su deje peculiar.
La guerra entre Croacia y Serbia había acabado en 1995. La crueldad de la gente con sus vecinos, no.
Después de una semana corta en el pueblo, mi marido le pidió el coche a su hermana y así recorrimos los dos uno de los países más hermosos de Europa, descansando en las mejores playas del continente. Hasta que llegamos a hacer turismo a Zagreb.
A la entrada de la parte antigua nos recibió una foto gigantesca en blanco y negro. Los dos reconocimos al personaje: Aloysius Stepinac, el arzobispo de Zagreb durante el régimen del Estado Independiente de Croacia, un títere de la Alemania Nazi durante la II Guerra Mundial.
Nos quedamos en silencio.
El papa Juan Pablo II beatificó a Stepinac, en medio de una gran controversia y la oposición de los serbios y del Centro Simon Wiesenthal. Sin duda en la decisión del papa polaco, que previamente había nombrado a Stepinac como mártir, pesó el enfrentamiento de Stepinac con el régimen comunista de Tito.
Sin embargo, Stepinac tenía un pasado turbio por su apoyo a la Ustacha y su encarnizamiento con los serbios y la iglesia ortodoxa, a la que calificó públicamente como la maldición más grande de Europa. Su participación en el bautismo forzado de serbios, incluso a punta de pistola, está probado.
Hoy su figura sigue siendo polémica. Para unos es la persona que, por su posición, posibilitó la salvación de judíos croatas. Pero para otros es la persona que azuzó y apoyó el exterminio de serbios en el territorio bajo gobierno fascista del Estado Independiente de Croacia.
Allí se mantuvo, entre otros, el campo de concentración de Jasenovac el que, según los historiadores expertos, fue el más cruel y perverso de todos los campos de exterminio que sembraron Europa en esos años oscuros. En Jasenovac fueron asesinados 600.000 serbios y miles de judíos y gitanos.
El silencio que se rompió con un “vámonos” pronunciado por mi marido.
Y nos fuimos a una cafetería en los aledaños de un parque. Recuerdo que se veía la estatua de un antiguo rey croata en cuyo honor le pusieron a mi marido su nombre.
Y allí, los dos solos, él susurrándome en inglés, me contó.
Me contó de conversaciones que había tenido en los últimos días con familiares, amigos y conocidos. Incluso con desconocidos, como los camareros o los que nos llenaban el depósito del coche.
Me contó de lo que veía y que yo no percibía pero a él le descolocaba, le molestaba, le dolía.
Me contó que se sentía extranjero en el lugar en el que había nacido, crecido y vivido hasta 1991, tan solo ocho años atrás.
La disolución de la antigua Yugoslavia fue seguida por una serie de guerras entre 1991 y 1995 en Serbia, Eslovenia, Croacia y Bosnia - Herzegovina.
Al iniciarse el conflicto, mi marido se exilió en Estados Unidos donde obtuvo la condición de refugiado. Ser hijo de padre croata y madre serbia en un momento de guerra entre ambos países lo hizo posible.
Cuando yo conocí a mi marido tenía un pasaporte de un país que ya no existía.
El fin de la guerra coincidió con el inicio de los trámites para cambiar su estatus migratorio en Estados Unidos para convertirse en residente permanente, primer paso necesario para optar a la ciudadanía.
Me contó también de su padre, que ahora llevaba en la cartera una imagen de la Virgen de Medjugorje. Y eso sí que lo había desconcertado.
En esa conversación me enteré que durante la ocupación nazi de los Balcanes, mi suegro fue el único miembro de su familia que sobrevivió. No le quedaron ni padres, ni hermanos, ni sobrinos, ni tíos, ni abuelos, ni primos.
Era un adolescente croata que odiaba a la Ustacha y la combatió echándose al monte unido a los partisanos de Tito. Esa fue su guerra.
El Estado Independiente de Croacia se creó en abril de 1941, después de que el Ejército alemán invadiese Yugoslavia. El nuevo régimen totalitario, que no era otra cosa que un títere de Berlín, tenía al frente al caudillo Ante Palevic, que estableció, desde el minuto uno, una política de limpieza étnica dirigida contra serbios, judíos, gitanos y la oposición croata.
Al final de la Guerra, Palevic consiguió refugiarse en el Vaticano tras pasar por Austria. Amparado por la iglesia católica en Roma permaneció allí hasta 1948, cuando le proporcionaron una identidad falsa con su pasaporte. Ingresó en Argentina ese año haciéndose pasar por un judío siciliano.
Los servicios secretos yugoslavos tardaron en localizarlo. Pero finalmente lo descubren y atentaron en su contra Palevic en dos ocasiones. Lo hirieron pero no lo consiguen matar. Era 1957. Con la tapadera levantada a Palevic no le quedó de otra que salir de Argentina y buscar refugio en otro país.
Se lo dio España. Se ve que ex caudillo católico de Croacia se entiende con el caudillo católico de España.
Palevic murió en Madrid en 1959, víctima de complicaciones por las las heridas causadas en los atentados en Argentina.
Nunca tribunal alguno le juzgó por las atrocidades cometidas, propias del infierno de Dante.
La guerra de mi suegra fue sobrevivir en Belgrado junto a su padre. En el camino, ella perdió a su madre y hermana y él a su esposa e hija mayor, víctimas de la tuberculosis la primera y de hambre la segunda.
Al acabar la guerra, Tito se ha hecho ya con el poder y mi suegro es enviado - todavía movilizado- a Belgrado. Allí conoció a mi suegra, se casaron y al llegarle a él la desmovilización se mudaron a un pueblo cercano a Zagreb.
Allí les fue bien. Tuvieron dos hijos, una casa, dos coches. Ella trabajó en una biblioteca, él para el Partido, para su Tito.
Y parece ser, según lo que me contó ese día y solo ese día mi marido, el trabajo muy de vez en cuanto incluía viajes a la República Federal de Alemania a “ocuparse” de los disidentes.
Mi suegro no era el encargado de asesinarlos. O eso me dijo mi marido, o eso es lo que le dijeron a él. O esa es la verdad.
Mi suegro era el encargado de “repatriar” el cuerpo a Yugoslavia cuando no querían dejar rastro de un crimen que les pudiera crear un problema con el gobierno de Bonn.
Cómo lo transportaba sin que lo detuviesen en ninguna frontera, sin que el difunto oliese a muerto, eso es un misterio para mí.
También desconozco si mi suegro formaba parte de una cuadrilla o si operaba en solitario.
Tampoco sé si eso fue un “trabajo” único o si tenía cierta continuación ni a cuántas víctimas pudo afectar.
Menos aún sé si en algún momento se arrepintió de formar parte de la trama y envió cartas anónimas a los familiares para explicarles dónde estaban sus desaparecidos.
Sí sé que cuando regresaba de esos viajes a Alemania traía regalos para su familia y que por esa vía a mi marido le llegaron unos Playmobil, a mi cuñada una Barbie y a mi suegra un libro de cocina francesa traducido al alemán que la convirtió en una cocinera casera excepcional.
Yo me fui de Croacia un par de días más tarde de esta confesión. Mi marido se quedó un par de semanas más. Se despidió de todo el mundo y juró nunca volver.
Lo ha cumplido. Ni siquiera viajó para el funeral de sus padres.
*****
Cuando nos vamos, el sitio que dejamos se sigue moviendo y nosotros comenzamos a girar en direcciones nuevas.
Cuando volvemos, ni los que quedaron ni los que nos fuimos somos los mismos. Ya no hay encaje.
🗝 Llaves para abrir tu historia familiar
🟢 Esta historia que me contó el que ahora es mi ex marido no la grabé ni la escribí en aquel momento. La guardé en la memoria. Después le pedí que me la volviera a contar o que al menos dejase que él me yo se la contase, según mi recuerdo. Pero él siempre se ha negado.
Moraleja: escribe o graba las historias. En físico y digital. No hagas como hice yo.
🎡 Ideas para indagar en familias
📚 Los cuatro libros clásicos sobre Yugoslavia y sus territorios son, a mi parecer, Cordero negro, halcón gris de Rebecca West; Al filo de la razón de Miroslav Krleza; Un puente sobre el Drina de Ivo Andric y Fantasmas Balcánicos de Robert Kaplan. Pero hay mucho más.
📚 Os recomiendo encarecidamente literatura de la buena con El museo de la rendición incondicional de Dubravka Ugresic.
📚 En no ficción me impresionó Las sepultureras de Taina Tervonen.
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🌷 Un millón de gracias por abrir esta carta que cada domingo llega a tu buzón.
Qué historía más increíble. Cuesta creer esta fe en los “ismos” y en tantos silencios. Te felicito. Bello texto.