👋🏼 Esto es Raíces y Ramas
Carta dominical sobre mi vuelta al mundo, una señora
de provincia española de cincuenta-y-tantos años.
Viajo sola, disfruto bastante y me asombro continuamente. 🌻
Gracias por acompañarme y si sabes de alguien a quien le pueda interesar, por favor, comparte.
✍🏼 Quito, para los turistas internacionales, es un trampolín. El aeropuerto en el que cambiar de avión para Galápagos o la ciudad en la que pasar un máximo de dos días camino de la selva o de las cumbres andinas. Para mí, en cambio, es una ciudad con encanto.
Su clima de primavera fresca y la casi planicie de sus avenidas centrales la hacen caminable, un paraíso para andarines para conocer la ciudad y sus mutaciones.
El Norte
En el norte, financiero y rico, abundan las torres contemporáneas, funcionales y armónicas. Un mar de vidrios creadores de claroscuros y reflejos. Y, en el medio, las islas verdes de los parques.
El parque de El Bicentenario tiene la originalidad de haber sido el aeropuerto. El gigantesco Guangüiltagua se llena de ciclistas el fin de semana y el bello La Carolina es mi preferido.
Me gusta descansar bajo los árboles mordisqueando mochis dulzones de jazmín que venden por un dólar un grupo de migrantes asiáticos que se mueven silenciosos con sus neveritas portátiles.
Cerca está el Mercado de Iñaquito, un buen lugar para desayunar y almorzar a precios populares. Al igual que en el resto de los mercados de Ecuador, es EL LUGAR para comprar fruta, siempre en su punto, siempre barata y siempre en un festival de variedades, incluso algunas que sólo he visto en Ecuador.
Ahí compré mi primer maqueño, un plátano chiquito y regordete que apenas se exporta y se utiliza tanto en cocina dulce como salada. También mi primer babaco, una fruta de aspecto de papaya puntiaguda y con el que hice un jugo después de consultar en Google cómo se consumía.
Guápulo, Floresta y la Mariscal
Siguiendo hacia el sur, con los cerros del volcán Pichincha siempre hacia la derecha, las edificaciones se empequeñecen y las calles me llevaron a Guápulo, un barrio con cierto aire hipster, murales urbanos y gran mirador.
También Floresta, con sus pequeños restaurantes innovadores cimentados en la calidad del producto, el precio justo a productores y el respeto al medio ambiente.
Es, también, el lugar para tomar un café de especialidad en locales pequeños y coquetos donde los baristas, si le preguntas, se explayan sobre granos aromáticos exclusivamente nacionales y el proceso cuasi matemático con pesos, temperaturas y tiempos milimétricos para producir una taza de café memorable. Según uno me explicó, el proceso tiene su mística.
La Mariscal es el barrio vecino. Ya queda poco de lo que fue. Pero en medio de edificios modernos todavía pueden verse casas y palacetes historicistas neogóticas, neocoloniales, neomudéjares, neoclásicas, victorianas, andinas…y mucho estilo ecléctico. Y algunos son inclasificables, como el Castillo Silva del Pozo. ¿O debería definirse como pre-Disney?
Algunos de estos palacetes son difíciles de ver. Hay que ponerse de puntillas, agacharse o saltar para verlos entre vegetaciones frondosas, muros y enrejados. Ese es el caso de Villa Celia y su jardín inglés, que en los años 30 fue el centro de las fiestas del Quito adinerado y hoy es la sede de la embajada de la Orden de Malta.
Pero otros están abiertos al público y son museos, hoteles, galerías o sedes de instituciones públicas, como el imponente La Circasiana. Hoy aloja al Instituto de Patrimonio del Ecuador pero en su origen fue un pabellón de fin de semana de una familia terrateniente que no reparó en gastos.
Para mi gusto, nada comparable con la Iglesia de Santa Teresita. Una reminiscencia de la catedral de Burgos levantada en el siglo XX y que refuerza su parecido en su interior, en una capilla derivada de la del Condestable.
Al sur de la Mariscal, el parque del Ejido. Los fines de semana se llena de niños que alquilan cochecitos y adultos que rentan cuatriciclos y se ríen más que pedalean.
A partir de ahí, el Centro Histórico ya está cerca, apenas 2 kilómetros. Caminando por la avenida 10 de Agosto es notorio el encogimiento en el tamaño de los edificios y cambio en el tono de los pastiches pegados a sus muros.
Desde allí se tiene una buena vista del polémico mural de la Prefectura de Pavel Egüez,uno de los grandes muralistas vivos de Latinoamérica.
Se le reprochó el costo: $480.000 dólares. También que la obra se le asignase sin licitación pública. Incluso que su ideología sea más propia de la Guerra Fría que del siglo XXI. Y, por supuesto, su estética de “ pastiche de Guayasimín”.
A esta altura de la ciudad se puede aprovechar para entrar al Observatorio Astronómico y preguntar cuándo se esperan noches despejadas, porque se puede ir gratis a mirar las estrellas.
San Blas
Y a continuación, el barrio de San Blas, que antiguamente marcaba por ese lado la entrada y salida a la ciudad de Quito.
Su proximidad al Centro Histórico se nota en el menú de los cafecitos, donde hacen su aparición las tostadas de aguacate para desayunar y los precios con la gringo tax, ese impuesto extraoficial que algunos negocios aplican a los turistas extranjeros.
Sus callejuelas guardan encantos, como el café Zular en una casa con patio blanco. Si preguntas, de ahí se sale con una clase magistral en producción y tostado de café, que puede verse en vivo.
Basílica del Voto Nacional
Frente a la plaza de San Blas hacia arriba, la grandiosa basílica del Voto Nacional, el edificio neogótico más grande de las Américas y uno de los templos con mayor altura del continente.
Buscando un suelo capaz de soportar su peso, se encontró un alto que, añadido a la alzada de sus torres, convierte a esta iglesia en un mirador magnífico.
Dicen que recuerda a Notre Dame de París, pero a mí me evoca a San Patricio de Nueva York.
En el exterior los ojos se van a las gárgolas: iguanas marinas y terrestres, armadillos, pingüino de Galápagos, tortugas gigantes, tiburones,conejillos de indias que parecen ya cocinados y listos para comer…toda la fauna de Ecuador de sierra, costa, archipiélago y selva.
Y en las torres, los cóndores, exactamente a 83 metros del suelo, la altura mínima que necesitan para alzar el vuelo.
En el interior es el turno para la flora endémica ecuatoriana que aparece en las vidrieras. Pero lirios y orquídeas –símbolos de Quito y Ecuador, respectivamente– se reservan para los rosetones.
También hay capillas dedicadas a todas las provincias, sus santos y sus advocaciones marianas. Algunas con significado propio de Ecuador como es el caso de la Merced.
Mientras que en la Europa católica es la imagen de protección a los cautivos, de los tiempos en que había pánico a ser secuestrado por los piratas bereberes, aquí la protección que se busca es frente a la furia de volcanes y terremotos.
Entrar a la iglesia tiene un costo. Subir a las torres, otro. Los escalones, entre tiendecitas y barcitos, son cómodos hasta llegar al último nivel. Allí descubrí que yo también sufro de vértigo.
El Voto Nacional es un templo inacabado y se dice que el día que se remate se acaba el mundo. Mientras, se siguen poniendo añadidos. Uno de los últimos ha sido una pasarela sobre la nave principal que se ha convertido en el gran lugar de las instagramers y sus novios saca-fotos.
Distrito histórico
Desde la esquina suroeste del templo se entra al Distrito Histórico. Lo marca, por el lado norte, la calle llamada Carchi, como la más norteña de las provincias ecuatorianas y, por el lado sur, la calle Loja, la provincia más sureña.
La larguísima calle de García Moreno, conocida en la colonia como 7 cruces, es mi lugar favorito para pasear sobre este barrio que en 1978 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Es muy comercial, está lleno de bullicio genuino. Al entrar en las tiendecitas explican amablemente lo que se pregunta. Así aprendí cómo se aplica el pan de oro y la diferencia entre las semillas huayras (o guayras) macho –contra el mal de ojo– y las hembras –para la buena suerte.
También me contaron que la diferencia entre el canelazo y la canelilla radica solo en la presencia o ausencia de aguardiente de caña de azúcar y que a las garrapiñadas de maíz se les llama caca de perro por como lucen antes de cocinarlas.
Y aquí llaman mistelas a caramelos que no se pueden morder. Hay que dejarlos que se derritan en la boca y ahí sueltan su alcohol.
Pero nada como la experiencia que tuve en una hueca, esos lugares pequeños donde impera la tradición y el sabor.
Llegué allí por una recomendación. Está en la Plaza de San Francisco en el lado Este. Hay que buscar una puerta cerrada de madera, un letrero que dice Yumbos chocolate y un timbre. Se llama y se espera.
La puerta da acceso a un gran patio y a varias tiendas. En el segundo piso está Yumbos, donde se puede tomar una taza de chocolate con el mejor brownie de Ecuador o probar pedacitos de distintos chocolates, incluido uno 100% de cacao. Todos tienen un mínimo del 60 por ciento y ninguno ni un gramo de azúcar.
Nunca probé un chocolate tan rico, tan untuoso, tan seductor: de cáscara de naranja, jengibre, hierba luisa, mandarina, menta, nibs de cacao, ají y sal. Y el de café. Es una categoría aparte. Me enamoró.
El Distrito Histórico también rebosa con placitas lindas, como la Plaza Grande, que concentra en sus laterales al poder: palacio presidencial, catedral, palacio municipal y palacio arzobispal (que hasta las 7 pm es un patio hermoso lleno de restaurantes y figurillas de angelitos).
El centro de la plaza lo ocupa una columna que conmemora la Independencia. En la cúspide, Libertas simbolizando la libertad. En la cima del pedestal, un cóndor, emblema de Ecuador y, en la base, un león, representando la realeza.
El felino parece que se va, expresando así el fin del poder colonial. En teoría, una lanza lo atraviesa, pero cada vez que la ponen, desaparece. Se le echa la culpa a la gente de la calle.
Pero teniendo en cuenta que siempre se esfuma el mismo símbolo, mi hipótesis loca es que quizá, por Quito adelante, andan unos españoles simpatizantes de Vox haciendo de las suyas.
El Centro Histórico, que el fin de semana se llena de artistas callejeros, siempre tiene que saborear, hacer y ver.
Entre mis imperdibles favoritos están el Museo del Alabado, sobre los pueblos originarios, y el gigantesco monasterio de San Francisco de siete claustros y que tiene un excepcional museo dedicado a la escuela quiteña de arte de la época de los virreinatos.
Y, por supuesto, la iglesia de los jesuitas conocida también, simplemente, como La Compañía. Es una desmesura de brilli-brilli que hace pensar en cuál sería la definición que los jesuitas otorgaban el término pobreza de los votos explícitos que tomaban.
Es un espectáculo de decoración barroca y mudéjar cubierta en láminas de pan de oro de 23 kilates.
Los entendidos dicen que es la mejor iglesia jesuítica del mundo y uno de los grandes barrocos americanos. No se lo voy a discutir. Es un exceso bellísimo.
A las puertas de La Compañía está una de las cruces originarias de 7 que hubo en Quito durante la colonia. Estaban a las puertas de las 7 iglesias que se visitaban durante la Semana Santa pero, posiblemente, su origen esté en una cristianización forzosa de los lugares de culto indígena, específicamente sus huacas o cementerios.
Hacia el límite sur del Distrito Histórico se encuentra la linda y turística calle de Ronda. Jueves, viernes y sábados tiene su ambientillo desde el anochecer, con abundancia de tragos de canelazos acompañados por gigantescas empanadas de viento.
El Panecillo
Ahí se acaba el Distrito Histórico y arrancan las escaleras para subir al mirador de El Panecillo, aunque se desaconseja esa ruta por inseguridad y presencia de perros callejeros. Por $2 dólares se sube a donde está una figura gigante de la Virgen Alada.
Es una copia gigante de la talla que el artesano mestizo Bernardo de Legarda creó en 1734 y firmó en los muñones de las manos de la Virgen, un hecho extraordinario en la época colonial.
Es una mezcla de Inmaculada bella, que casi baila con sus manos y hace revolotear sus vestiduras con una Ascensión dotada de alas. La original puede verse en el monasterio de los franciscanos y sus copias en todas partes.
Quito sur
A partir de aquí, es ya Quito Sur, la ciudad obrera.
Los edificios son más pequeños, las calles más abigarradas pero, en contra de lo que dice la fama, no son especialmente peligrosas.
Allí vive la gente que nos encontramos todos los días en el norte y en el centro de la ciudad. Nos sirven de comer, nos tiñen el pelo, nos cobran en el supermercado o conducen el autobús en el que nos trasladamos.
La razón para no ir al sur no es la inseguridad, sino que es otra: allí poco hay. Excepto, dicen, en las fiestas de Quito, cuando la noche revienta en conciertos en una gran explanada.
Transporte, miradores y comidas
🚇 Si uno se cansa de caminar por las calles de Quito una opción es tomar el metro. Atraviesa la ciudad de Norte a Sur y es bueno, bonito, limpio, seguro y barato (45 céntimos).
La otra opción son los autobuses y tranvías (35 centavos) e incluso los taxis, que también son económicos.
👀 En cuanto a miradores para ver la ciudad desde arriba, hay muchos.
Si se va al de El Panecillo, es lindo buscar el monolito que marca uno de los puntos energéticos de Quito según la tradición andina. En la Plaza Central, justo detrás del monumento a la Independencia, hay una placa dorada que marca otro de esos puntos.
Otros miradores interesantes son el de Guápulo, las torres de el Voto Nacional y el viajecito en el teleférico, sobre todo ahora que acabaron los cortes de luz.
☕️ Por todo Quito se puede comer, desde lo más humilde a lo sibarita. Mis gustos me llevan a repetir comprar el pan de masa madre de quinoa y malta de la panadería de la Casa del Higo en el distrito histórico. T
ambién me he hecho asidua del café con torta de maqueño de Coati´s en la Plaza Artigas y del de El Faro Café Libro en la Mariscal.
Ah, y el cine ochoymedio, donde echan pelis ecuatorianas. Ese también es un buen lugar.
🚶🏻♀️Cosas femeninas🚶🏻♀️
No consigo comprar sujetador, aquí llamado brassier. Mi copa C es un exceso en un país de mujeres menudas y notablemente más bajas. La opción es el Victoria´s Secret del mall de Quicentro. pero ahí me pasa lo contrario, a las tallas grandes le meten relleno. Un espanto.
Latinoamérica es el paraíso para “estéticas menores” como manicura, peluquería y depilación. Los precios son más baratos que en España, el servicio es mucho más amable y competente y los productos son excelentes. Nunca tuve las uñas tan lindas y el cabello tan sedoso.
Animada por la situación, por primera vez en mi vida me diseñaron las cejas y me depilaron el bikini a-la-brasileña. Me siento bella.
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🥰 Gracias mil por estar ahí. Esta carta la he escrito desde Quito, a 2.860 metros de altitud. Preparándome para descender a la selva.
Ojalá nos pongas alguna vez una foto tuya. Además que ahora con todos los tratamientos de belleza debes de verte aún mejor.
Gracias por compartir tu recorrido por una de mis ciudades preferidas. Aprendi mucho y veo los cambios de una ciudad que deje hace 30 años. La carga de nostalgia me humedece el alma.